En las granjas podemos apreciar a los caballos y ovejas pastando en los campos o potreros. Gallinas y pavos deambulando por los alrededores picando del suelo y cazando pequeños insectos. Pero al caer la tarde cada especie tiene un recinto donde pasar la noche y refugiarse del frio, viento o depredadores nocturnos que puedan representar algún peligro para ellos como lobos, zorros o comadrejas.
Nosotros los humanos, vivimos en viviendas desde muy clásicas y modestas hasta enormes y modernas mansiones donde todos requerimos de una habitación con puerta y una cobija que no sólo nos protege del frío sino de los monstruos o fantasmas que nos puedan visitar después de alguna película de terror o algún ruido desconocido proveniente de afuera.
Pero por lo general, al perro, lo dejamos deambular por toda la casa y aun teniendo su camita, suele dormir en diversos sitios como el sofá o la cama de los niños. La función ancestral del perro ha sido ayudar en la cacería, proteger el territorio y alertar la presencia de intrusos. Con lo cual es una práctica común dejarlo afuera o como he dicho anteriormente, suelto por todas partes. Pero hoy en día el perro protagoniza un rol mucho más amplio y es un miembro más de la familia. Es un compañero, un amigo, un hijo e incluso un sustituto de nuestros ojos o piernas. Los perros llenan vacíos y satisfacen necesidades emocionales que a veces son difíciles de obtener de otros humanos. Y cuando el perro llega a casa bien sea en forma de un costoso cachorro o un maltratado adoptado, por lo general, recibirá una desbordante cantidad de privilegios y recursos que lo harán sentirse como lo que es… ¡el nuevo rey de la casa.!
Es difícil separar el impulso emocional de querer gratificar infinitamente a nuestro nuevo “hijo” y las consecuencias de no dejarle claro desde el primer momento cuales son las normas y límites de casa. Apenas llega el perro le ponemos el plato lleno de comida, otro de agua, su camita y algunos juguetes. Lo dejamos recorrer todo el espacio para que se familiarice y por algunos días le damos suficiente flexibilidad como dejarlo subirse a los muebles o escarbar un poco en el jardín. Si mastica alguna zapatilla que podamos sacrificar se la dejamos como un juguete más. Y todo esto “mientras de adapta”. Lo que lamentablemente pudiéramos llegar a conseguir, en muy pocos días es haber creado a un pequeño tirano que llegó lento y cabizbajo pero que muy pronto gruñe para que no toquen sus juguetes y defiende su sitio en el sofá.
Irónicamente cuando nos quedamos un par de días en casa de otra persona, ésta nos muestra dónde vamos a dormir, nos comunica los horarios de comer y nos pone claro las normas de casa. Nos provee de sábanas y toalla y nos desea una feliz estancia. Es lo lógico. Hacernos sentir cómodos y queridos pero sin interrumpir la rutina familiar ni generar problemas. Pero en el caso del perro esto no aplica. Se deja para después, cuando ya es más difícil modificar todas esas conductas que el perro ha asociado a la alfombra, el sofá y las zapatillas. Ya se mea por todas partes y empieza a recibir regaños por ello. En algunos casos los humanos y perros logran superar esto pero en otros el perro termina pagando cadena perpetua en el patio de atrás, regalado o peor aún… abandonado.
Es una buena práctica apreciar a los animales desde su biología. Gran parte de las respuestas a las preguntas frecuentes que nos afligen a los humanos respecto a nuestros amigos no humanos están en la naturaleza y su origen . Los animales domésticos como el perro, aún mantienen buena parte (por no decir la mayoría) de sus conductas innatas como herencia de sus ancestros silvestres, los lobos. El perro a veces aúlla, también marca con orine para delimitar su territorio y dejar señales a otros perros, comen hierba para desparasitarse y tener una buena digestión entre muchas otras. Una de estas conductas innatas es la de refugiarse ante una señal de peligro. Si el lector de este texto tiene experiencia o ha convivido con perros sabrá a qué me refiero cuando el perro coge algo que no debe como el control remoto de la TV o la carne de la cena y ante nuestra amenaza de quitárselo, corre a meterse con su botín bajo la cama. Lo mismo ocurre cuando suena la explosión de un juego pirotécnico o el ruido de un trueno y a pesar de tener su cómoda camita, corre a refugiarse bajo el sofá.
Tengamos en cuenta que los cánidos suelen nacer en madrigueras que no son más que profundos hoyos que escarba la perra (loba, zorra, chacal, dingo, etc) en la tierra. Estrechas y oscuras cavidades que ofrecen seguridad ante depredadores, calor en invierno y frescura durante el verano. Allí nacen y viven los cachorros durante los primeros meses. A las pocas semanas la madre los deja solos para ir a cazar y beber. Mientras ellos juegan y exploran muy próximos a la entrada de la madriguera pero ante cualquier ruido o amenaza de peligro corren rápidamente a su interior. Esta conducta instintiva está presente en el perro doméstico. Por esto es común encontrar, cuando volvemos a casa, al cachorro durmiendo en el armario entre nuestros zapatos. De ahí que una de las mejores inversiones que podemos hacer no sólo para la educación del perro sino para su equilibrio emocional, es un kennel. Me refiero a esa especie de caja de plástico con ventanas y puerta de rejilla que vemos en los aeropuertos donde viajan los perros y otras mascotas. En algunos países como España le llaman “transportín” ; en EEUU “crate”; en Colombia “guacal”; En Argentina “cucha” y en Venezuela “kennel”.
También existen las jaulas plegables que aunque son económicas y prácticas, no son tan acogedoras. Son una buena propuesta a la hora de viajar porque se pliegan y ocupan poco espacio. Claro, pero a cambio el perro debe ocupar un espacio en los asientos traseros e ir asegurados con un arnés homologado para evitar accidentes. La visión de muchas personas es que la jaula, a pesar de su aspecto frio y carcelario, es mas abierto que el kennel pero esto bajo la percepción del perro es todo lo contrario. La madriguera del perro debe ofrecer intimidad, refugio. Y la jaula lo deja muy expuesto, por este motivo, es aconsejable poner una camita a la medida por dentro y una cubierta por encima. Esto relaja al perro y entonces cumple su función. Si el perro no está acostumbrado o se estresa mucho puede tirar de la cubierta a través de la reja y romperla o destrozar la cama en su interior. Esto es por una mala introducción a la jaula.
En mi caso prefiero el kennel plástico que brinda intimidad y calidez al perro. He viajado por años con perros. Tanto en avión como en automóvil y los perros van relajados y durmiendo gran parte del trayecto. Nunca los he medicado ni dado ningún tipo de fármaco para que viajen tranquilos en su kennel. También es una excelente alternativa para el perro durante las festividades donde se escuchan muchas detonaciones de juegos pirotécnicos o noches de tormenta. Es una verdadera lástima ver perros aterrorizados que no saben dónde meterse simplemente porque sus dueños no ven desde la perspectiva de su mascota, la imperiosa necesidad de ofrecerles un refugio. Son muchos los que compran estas casitas de jardín y me dicen que el perro nunca se mete. Es lógico que esto ocurra si pensamos que el perro lo que desea es estar en compañía de su familia, no afuera solo en una casita. El kennel puede estar en el área social de la casa como el salón o de noche en la habitación de los niños. Lo puedes mover según el momento. El principal obstáculo en el uso regular de tan favorable herramienta es la percepción de encierro que tenemos los humanos. Muchos ven al kennel como un lugar de castigo y por defecto asumen que estar fuera de él es estar en libertad. El kennel es una herramienta de educación que no sólo acelera vertiginosamente el aprendizaje de dónde deseas que el perro evacúe y orine (ya que por lo general los perros en su madriguera no evacuan), sino que permite evitar la emisión de conductas no deseables que pueden instaurarse al no estar nosotros presente y tener consecuencias reforzantes, como masticar muebles, destruir plantas y otras tan peligrosas como morder cables eléctricos o acceder a medicamentos y productos de limpieza. Como todo proceso educativo, la introducción al kennel debe hacerse de manera absolutamente positiva. Tener calma, permitir que el perro olfatee y explore. Que cuando se anime a entrar o simplemente meter la cabeza encuentre adentro estímulos apetitivos para él como comida o juguetes. Si es un cachorrillo muy pequeño podemos meter alguna camiseta nuestra que le dará calidez. Colocar el kennel al lado de nuestra cama los primeros días. Ir dejándolo de a ratos adentro siempre con la aparición de apetitivos, cada vez que le abramos llevarlo directamente al área de baño y premiarlo al evacuar.
Como siempre digo, la educación en positivo, se enfoca en manipular las condiciones ambientales para facilitar al perro la emisión de los comportamientos que esperamos de él e inmediatamente reforzarlos. No estar atentos a la conducta fallida para castigarlo. Y lamentablemente para el perro, los humanos tienen una confusión en el concepto de educación canina y en el concepto de libertad. Dejan al cachorro a su bola por casa, como si el perro por ósmosis va a discriminar qué conductas desea su humano y cuales no. Qué cosas puede morder o donde puede orinar. Y ya cuando el perro va fracasando lo que vemos de su humano es una fuente desbordada de regaños acompañados de la palabra favorita ¡NO! Y para remate por lo general acompañada del nombre del perro. Pero en cambio ven como un sacrilegio meter de a ratos al cachorro en el kennel. Lo más irónico es que con los bebés y niños pequeños si lo hacen. Sus kennels los llamamos cunas o corrales para bebés que decoramos con colores pasteles, juegos móviles y hasta cámaras para verlo en todo momento. En cambio al perro le dejamos un plato de agua, otro de comida y un empapador. Al final del día volvemos esperando encontrar todo en orden. Es una paradoja. Siempre es más fácil y justo para el perro brindarle un lugar de cobijo donde no se meta en problemas y que al dejarlo salir le llevemos al baño, evacúe, premiemos y entonces lo dejemos estar con nosotros por casa. Premiar todas las conductas que esperamos de ellos e ignoramos las que no. La intención de este texto no es dar un manual (que sería mucho más amplio) del uso correcto del kennel sino dar a conocer una herramienta poco conocida y a veces mal interpretada, que usada de manera apropiada otorga infinidad de beneficios tanto al perro como a sus humanos. Evitar que se produzcan comportamientos inapropiados no es lo mismo que dejar que ocurran para luego castigarlos. El kennel bien condicionado evita muchos malos ratos y da muchos ratos de tranquilidad al perro. Nunca debe ser para dejar al perro encerrado por mucho tiempo ni usado solamente para castigarlo. Desde niños siempre quisimos una habitación propia. Donde sentirnos seguros, escuchar música, hablar con amigos y amores. Donde cerrar la puerta no era sinónimo de enclaustro sino de privacidad. Que el kennel sea un refugio confortable o una cámara de reclusión depende de ti, no del kennel en si. Dependerá del conocimiento adecuado que adquieras al momento de adquirir un perro y querer empezar con el pie derecho.